Vivimos en una cultura altamente solar. Lo solar es masculino y diurno. Lo solar tiene una mística y un poder muy particulares.
Yo amo lo solar: claridad, enfoque, dirección, organización, estructura, motivación intrínseca, actividad enfocada en objetivos claros, atención, determinación, logro. Lo solar ilumina, activa, dirige la percepción y la acción, idealmente desde la claridad de la razón.
El tema es que cuando lo solar se exacerba en detrimento de lo lunar, o cuando se mueve desde el desequilibrio de lo lunar, se descompone. La luz del espíritu fácilmente se convierte en un ego pequeño, mezquino, defensivo, agresivo e irónicamente, irracional.
Los seres humanos somos solares, en tanto individuos, con cierto grado de libertad y partícipes de una forma muy específica del fuego eterno. Pero los seres humanos también somos lunares, en tanto siempre pertenecientes a series de colectivos de los que somos parte, en tanto seres sintientes que no sólo piensan y razonan, también sienten, recuerdan, desean, aman, temen y se relacionan desde la subjetividad psicológica, social y cultural.
Es natural que como individuos veamos las cosas diferente a otros, tanto por el enfoque que le damos a las cosas desde nuestra solaridad, como por la manera generalmente inconsciente de relacionarnos con la realidad desde nuestra lunaridad.
El problema no es que veamos las cosas diferente pues es parte de nuestra riqueza como humanos: la diversidad que nos permite ver más allá de las perspectivas parciales y limitadas para acceder a terrenos más amplios y perspectivas mayores que de otra forma serían insondables desde lo individual.
Nos demos cuenta o no, los humanos estamos siempre parados sobre los hombros de gigantes, humanos y no humanos. Todo lo que ahora damos por hecho en nuestra cultura tan “avanzada” en términos materiales, es producto de un sinnúmero de esfuerzos, ingenio y trabajo de quienes vinieron antes de nosotros y los seres no humanos que también son parte de nuestros ecosistemas.
En nuestros tiempos es muy fácil culpar al pasado por todo lo que ahora está mal, pero generalmente nos quedamos muy cortos en lo que agradecer todo lo que ahora está bien respecta.
Como humanos estamos viviendo un tiempo histórico de transformación muy profunda, que demanda que tomemos consciencia en cuanto a cómo queremos navegarlo y qué es lo que queremos construir a partir de las nuevas oportunidades que se nos presentan.
Ese mal agradecimiento y falta de consciencia de todo lo que le debemos a otros no son gratuitos. No es porque seamos malos o la humanidad esté podrida y merezca desaparecer. En realidad son subproductos de la tendencia hacia la individualidad excesiva que la cultura dominante ha abrazado desde los últimos siglos, llegando a su exacerbación en el siglo XX. De la mano va esa creencia de que los humanos somos el centro, el origen y el fin de todo lo que es relevante, que es una postura que viene desde un ego bastante inflado, es parcial e incorrecta. Aunque a veces así se sienta, no estamos solos en la Tierra y no estamos acá para hacer nuestra voluntad.
Esa creencia en que todos tenemos el derecho de hacer lo que se nos dé la gana, contribuye en gran medida a que quienes detentan el poder, efectivamente hagan sobre lo que se les da la gana en términos de políticas públicas que nos afectan a todos. Y contribuye a que las personas nos estemos peleando constantemente para imponer una voluntad sobre otra. Fuera de cualquier juicio moral, veamos los resultados: ¿nos está sirviendo esta postura?
Vivimos en un tiempo histórico en muchísimas personas tenemos comodidades y oportunidades que hace unos siglos habrían sido impensables. ¿Cómo las estamos aprovechando? ¿Nos sentimos felices? ¿Nos sentimos tranquilos?
Acá pienso que además de la pérdida del reconocimiento de la importancia de lo relacional, el excesivo materialismo que ha dominado a la cultura también es responsable del malestar que experimentamos. Sin pretender que en la antigüedad todo funcionara de forma perfecta, hay cosas que nuestros antepasados comprendían y nosotros hemos olvidado: el reconocimiento de que no sólo somos materia, también somos espíritu. Y como tal, tenemos que honrar a la Tierra y a quienes en ella habitan, pero también tenemos que nutrir nuestro espíritu reconociendo la conexión que tenemos con lo que trasciende a nuestra dimensión física y a la cajita de nuestros egos individuales.
Mientras sigamos relacionándonos desde la desconsideración ante las necesidades del otro y nos neguemos a reconocer el valor de su existencia, no podremos construir un futuro más alentador. Mientras sigamos operando desde los confines del ego que se siente amenazado o se siente superior, no podremos construir relaciones que sean de confianza y beneficio para todas las partes.
Para aprender a relacionarnos desde una genuina conciencia de la manera en que estamos vinculados con los demás, necesitamos aprender a reconocer nuestra dimensión lunar y mientras más honestos seamos con ella, más claros podremos estar en cuanto a la forma en que nos relacionamos con nuestra dimensión solar.
Cuando la dimensión solar y la lunar están funcionando en armonía, nos sentimos felices, plenos, capaces de vivir y gozar de la vida, nuestras relaciones y todo lo que se nos presenta; pero además nos volvemos capaces de construir colectividades sanas, nutritivas, de apoyo, de mutuo crecimiento, que fortalecen nuestra convicción y determinación de encontrar cada vez mejores soluciones para hacer frente a los retos que se nos presentan, pensando no sólo en nosotros mismos, sino también en los demás.
Es entonces que las fortalezas particulares de nuestra individualidad se vuelven un don que podemos aportar a los demás y que puede ser apreciado, en vez de ser una lucha o un intento de imposición que nos separa.
Y todo esto, es mucho más que ideas bonitas. Desde mi punto de vista, aprender a vivir así debería de ser un compromiso. El compromiso de aprender a vivir con consciencia y responsabilidad de nuestra individualidad y de la forma en que ésta se relaciona con la colectividad, para hacernos cargo no sólo de nosotros mismos, sino de lo que estamos aportando a los demás y lo que podríamos aportar.
Por supuesto que este compromiso no puede ser impuesto desde afuera. Es algo que tiene que venir desde nuestro interior para que desde ahí pueda crecer. Pero creo que cuando vemos ejemplos de personas que actúan cegadas por su ego y, probablemente sin pretenderlo, lastiman a las comunidades a las que pertenecen, más que ser rápidos en condenarles, podemos marcarles un límite, sí. Pero también podemos tomarles como una inspiración para mantenernos atentos y evitar caer en esas actitudes, que siendo muy honestos, todos somos muy vulnerables de caer en un momento u otro.
En la medida en que más personas tomemos consciencia y nos hagamos responsables de nuestra relacionalidad, más fácil será ir creando nuevas realidades, nuevas formas de vinculación y de organización, donde prime el respeto, la inclusión y el reconocimiento al valor de cada uno y de la colectividad que compartimos.
En la medida en que sigamos aferrándonos a una postura auto-centrada, rígida y sólida, más solos y miserables vamos a terminar.
La decisión, al final, es de cada uno de nosotros. ¿Cómo quieres vivir tú? ¿Cómo te gustaría que fueran tus vínculos? ¿Desde dónde te gustaría relacionarte con los demás y con tu entorno?
El camino a hacer las cosas diferente nunca es sencillo y no hay atajos. Pero desde mi corazón creo que es posible hacer las cosas diferente y que vale la pena.